El último destino de nuestras vacaciones fue la ciudad que nunca duerme, la de los rascacielos infinitos, la de los innumerables taxis, sí, la misma, Nueva York.
Aquí también, con todo el dolor de nuestra alma, solo pudimos hacer un visto y no visto pero teníamos la suerte que ya conocíamos la ciudad de modo que pudimos ignorar las visitas más típicas y turísticas (no todas, algunas son un must aunque las hayas visto cincuenta veces ya) y centrarnos en descubrir nuevos rinconcitos de esta increíble ciudad.
Nueva York no te la acabas nunca, eso es así. Y como lo teníamos claro, decidimos no agobiarnos intentando verlo todo en dos días y medio y saborear cada nuevo descubrimiento.
Como llegamos justo a la hora de comer, nuestro primer destino fue The Burger Joint, una hamburguesería “clandestina”, con mucha fama (bien merecida!), que nos habían recomendado. El lugar es súper auténtico: escondido detrás de la recepción de un hotel, es un local oscuro, con la pared cubierta por las firmas de todas aquellas personas que la han visitado y han querido dejar su huella. Y sus hamburguesas…mmmmmm… buenísimas!
Con el estómago ya lleno, tiramos hacia la mitad sur de la isla, que es mi favorita: Chelsea, West Village, Noho, Greenwich Village, Little Italy, Meatpacking District, Tribeca… no me cansaría nunca de pasearla. Si alguna vez vivo en Nueva York (ya se sabe, soñar es gratis) buscaría un apartamento bien mono en cualquiera de estas zonas. Para mí es la parte más personalizada de Manhattan: lejos de los rascacielos, con calles tranquilas y cuidadas, con pequeños negocios y cafeterías decorados con un gusto exquisito… se respira un ambiente relajado y distendido.
Paseamos por el jardín/parque elevado Parque High Line, ubicado en una antigua línea de ferrocarril de la ciudad. Es muy curioso porque, a pesar de encontrarnos en medio del gran caos que es Manhattan, parecía un mundo totalmente aparte: gente tumbada en las tumbonas de madera o en el césped mismo, niños mojándose los pies en las fuentes, personas leyendo tranquilamente, otras comiendo un helado mientras escuchaban música en directo… un pequeño oasis en pleno Manhattan.
519 West 23rd Street |
Al día siguiente decidimos cruzar el puente y conocer Brooklyn. No sin pasar un momento primero por el Pier 17, que también es un lugar que me gusta mucho y sus vistas al río y a Brooklyn me transmiten paz, a saber por qué…
Brooklyn no nos decepcionó en absoluto. No lo pudimos visitar todo, evidentemente, pero paseamos un poco por el Downtown y el Metrotech, por la zona residencial de Brooklyn Heights (tampoco me importaría instalarme allí una temporadita, especialmente en los edificios que tienen vistas directas al río Hudson), y por Dumbo, que es la zona que probablemente más nos gustó: de nuevo negocios pequeños de diseño minimalista, cafeterías y restaurantes cuidados hasta el ultimísimo detalle… recordaba un poco al Born de Barcelona, la verdad.
La vuelta hacia Manhattan la hicimos andando y fue una muy buena decisión porque las vistas que se ven mientras cruzas el puente de Brooklyn merecen realmente la pena. También es un paseo agradable para hacer en bicicleta pero esto lo dejaremos para nuestra próxima visita! 🙂
En Manhattan de nuevo, bajamos hasta el extremo de la isla, donde hay un paseo totalmente recomendable. Al lado del Battery Park, a mano derecha, hay un camino de madera, que bordea el río, muy agradable y con un montón de gente paseando, patinando, yendo en bici o haciendo footing.
El centro donde desemboca el caminito |
La última mañana la aprovechamos para hacer un poco de shopping. De hecho, prácticamente no compramos pero fuimos entrando en las diferentes tiendas de la 5th Avenue y nos paseamos por Times Square. Al mediodía cogimos un autocar hacia Boston y, dos días más tarde, un avión que nos llevaría de vuelta a nuestra realidad.
No me he podido resistir… siempre emociona ver cosas de casa cuando estás fuera, no? |
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