fotografías de hace casi un año que permanecían en el archivo del ordenador olvidadas; recuerdos de unas vacaciones muy simples y, a la vez, muy llenas; anhelo de volver, de recuperar esa simplicidad e integrarla de forma definitiva en mi vida diaria.
despertarse con los primeros rayos de sol que entran por nuestra cabaña sin cortinas; salir a pasear o a correr por el campo en medio de la paz y el silencio más absoluto; una ducha refrescante en medio del bosque seguida de un desayuno pausado al aire libre con frutas, quesos, tomate y el aroma a café que desprende la cafetera humeante; conducir con rumbo a quién sabe dónde y pararnos en la playa que nos apetece, la que nos entra por los ojos; chapotear en aguas cristalinas y tostarnos en la arena; comer en tabernas y restaurantes humildes, sin florituras innecesarias; descubrir la cocina griega y disfrutar de sus sabores mediterráneos; pasear por pueblos pequeñitos que se han mantenido ajenos a la presión del turismo; atardeceres llenos de magia, uno al lado del otro, mientras contemplamos en silencio cómo el cielo se va tiñendo de tonos naranjas, rojizos y púrpuras; charlas infinitas acerca del futuro, los planes, los sueños y sentir que resolvemos el mundo; vuelta a la cabaña cuando oscurece y acostarse pronto. sentirse en plena sintonía contigo mismo. así fueron las vacaciones del año pasado en Milos, unas de las más bonitas que recuerdo de los últimos años. descubrir esta isla en Grecia fue una suerte y un gran lujo.
muy buen fin de semana (y puente)! 🙂
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