recogimiento & pausa en el hotel aire de bardenas

hotel aire de bardenas


salimos de casa el jueves por la mañana, después de desayunar. lo habíamos decidido pocos días atrás; era un regalo de boda de unos compañeros de trabajo de rícard y una noche, mirando fechas en el sofá, se nos ocurrió que aquel puente podía ser un buen momento. cuando el hotel nos confirmó la disponibilidad lo programamos y decidimos incluir una noche en Sigüenza a la vuelta puesto que en los 8 meses que llevábamos viviendo en Madrid apenas habíamos visitado nada de los alrededores.

recogimos el coche que habíamos alquilado en Atocha y nos pusimos en camino. él conducía y yo miraba por la ventana. los trayectos en coche son bonitos, te dan un tiempo y un espacio para charlar a la vez que disfrutas del paisaje mudando a tu alrededor. paramos en un polígono industrial cuando llevábamos 3h recorridas en la única cafetería que se veía. tomamos una caña y una bolsa de patatas fritas y proseguimos. la conversación saltaba de un tema a otro sin aparente orden ni concierto: del trabajo a la gente, a vivir en Madrid, a países que nos gustaría conocer, a cómo sería vivir en el norte, y a vivir en el sur… me gustan estas conversaciones, en apariencia ligeras, que revelan inquietudes, anhelos y te hacen pensar. la banda sonora que nos acompañaba era música clásica de una emisora de radio.

hotel aire de bardenas

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llegamos a Tudela para la hora de comer. encontramos un restaurante agradable, con algunas opciones vegetarianas. volvimos al coche para conducir 10 minutos más antes de llegar a nuestro destino. a medida que nos acercábamos al hotel sentíamos como nos alejábamos del mundo. conducíamos por una carretera pequeña rodeados de cultivos de lechuga que se entremezclaban con la niebla y se perdían en el horizonte. el último kilómetro lo recorrimos por un camino de tierra. cuando llegamos, el paisaje me resultó de lo más curioso: en medio de un campo de trigo totalmente desnudo, diferentes estructuras de acero, cúbicas, sencillas, del mismo color que el paisaje, se sucedían una tras de otra. habíamos llegado. recuerdo haber pensado que parecía un paisaje lunar. 

entramos en la recepción e inmediatamente nos acogió esa sensación de calidez que transmiten los hoteles. o quizás solo me lo transmiten a mí, me gustan tanto… de niña soñábamos con mi padre que cuando fuera mayor tendríamos un hotel que yo dirigiría y en el que podría vivir.

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nos dieron la bienvenida y nuestra llave y, cuando entramos en la habitación, un pequeño chillido de alegría y sorpresa salió de mi garganta. la habitación era prácticamente una vivienda, solo le faltaba la cocina. la puerta de la entrada daba a una habitación con 2 butacas blancas mulliditas y suaves al tacto, orientadas a un ventanal que ocupaba prácticamente toda la pared. las vistas eran perfectas, no había nada, absolutamente nada, que distrajera la atención: extensiones de campos de trigo con una paleta cromática de amarillos oscuros, marrones y grises. frente al ventanal, una repisa cubierta de cojines para tumbarte a leer, a escribir, a pensar o a no hacer nada.

la habitación comunicaba con el baño, que era del mismo tamaño que el resto de habitaciones. un lavamanos cuadrado, sencillo, moderno y una bañera circular en medio de la estancia impresionantemente grande, que probaríamos más tarde con luz de velas y el agua tan caliente que prácticamente quemaba. las paredes del baño estaban recubiertas de baldosas negras, propiciando una atmósfera de recogimiento, de intimidad. al otro lado de la bañera, una cortina comunicaba con el dormitorio, que volvía a ser de madera clara y pintura blanca, como la primera estancia, aportando calidez. el protagonismo nuevamente lo tenía un gran ventanal con más vistas a ese paisaje lunar.



estuvimos un buen rato en la habitación leyendo, mirando embelesados por la ventana, no haciendo más que ir disminuyendo progresivamente las revoluciones de nuestros cuerpos y, sobre todo, de nuestras mentes. salimos de la habitación para descubrir las diferentes estancias comunes, pasear por los alrededores del hotel en las gélidas temperaturas propias del invierno del norte, para acabar hundidos en dos sillones al lado del bar con una infusión bien calentita entre las manos y un periódico.

mientras estábamos allí sentados, en medio de la paz y tranquilidad más absoluta, sentía el bien que nos estaba haciendo ese reseteado. a pesar de que nos gusta la actividad y siempre estamos listos para la acción, aquel entorno y paisaje invitaban a la pausa, a mirar hacia dentro, a la reflexión, y qué bien sienta hacerlo de vez en cuando. son pequeñas paradas necesarias, sanadoras, que revitalizan, al menos eso es lo que son para mí.

buena semana ***

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4 Comments

  • Anna que bien describes todo, parece que leyendo tus textos y cerrando los ojos te transportas a lo que nos cuentas, conozco el hotel de referencias lo mencionan como uno de los buenos hoteles de esa zona, las Bardenas son muy curiosas, solo he pasado una vez y es verdad parece un paisaje lunar ....diferente a todo lo visto, os gusto Tudela o solo parasteis a comer? es una ciudad bonita su plaza y su catedral de recomendar, supongo que comeríais sus estupendas verduras de 10!! ese tipo de escapadas a mi me encantan, tenemos cosas tan bonitas por ver ...y Sigüenza...otra preciosidad, un beso grande!!
  • la verdad es que fue un regalo en todos los sentidos :)
  • Elena, tus comentarios siempre me hacen sonreír y me animan mucho, gracias :) en Tudela solo paramos a comer porque yo tenía frío, estaba cansada y deseando llegar al hotel. queremos hacer un viajecito tipo road trip por toda la zona del norte, que no conocemos demasiado. las verduras estaban espectaculares, sí! :) un beso bien grande ***

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