la semana pasada estuve 2 días en Madrid. qué contradicción. fueron algo más de 48h que exprimí tanto como pude. desde que vinimos a Estocolmo en octubre no había vuelto a ir y, aunque 4 meses no son tanto, había mucho que echaba de menos. cuando rícard me dijo que tenía que ir por trabajo, corrí a comprar billetes para ir yo también.
nada más poner los pies en la ciudad, fui a cenar con Vero en Malasaña, al mejor (para mí) italiano de la capital, justo enfrente de nuestra antigua casa. Nando me reconoció desde la cocina en el instante que le llegó el pedido de unas berenjenas a la parmiggiana sin parmiggiano. la charla y las copas de vino se fueron sucediendo alegremente hasta la medianoche y yo me acosté feliz de poder estar de nuevo allí.
quedé para desayunar con Javier & María Rosa al día siguiente, en la cafetería que han abierto las hermanas Arce y, mientras comíamos tarta de manzana y tomábamos chai latte, nos pusimos al día. qué alegría tener un ratito con ellos! fui a ver a Estela y a Marcela, con las que he mantenido el contacto estos meses por whatsapp. comí con Chejo y Koral en Superchulo, otro de mis recurrentes cuando vivía en la ciudad, y paseé por el centro con la alegría de quien se reencuentra con calles, plazas y comercios que han formado parte de su historia personal. el día culminó con unas tapas y una cerveza en la gran vía. muy madrileño todo.
la mañana siguiente empezó con un chai donde Fede, seguido de una visita a Candela, de Bureau Mad. me fundí más tarde en el abrazo inmenso de Martina y comí y hablé sin parar con Laura, en Olivia Te Cuida, durante 3horas que parecieron 10minutos.
y ahí está la contradicción. en los dos años y medio que estuvimos en Madrid, fui construyendo sin darme cuenta una red de personas generosas, amables y amorosas que me nutren y me inspiran y con las que adoro estar. al mismo tiempo, el ritmo de la ciudad, demasiado elevado para mí, me arrastra a una rueda de actividad sin fin en la que siento que nunca hago suficiente y que siempre tengo que correr más. la velocidad del día a día, el ruido y la cantidad de gente, de coches, de comercios y de oferta me aturullan y me desbordan hasta que siento que no puedo respirar.
en Estocolmo, por otro lado, mi ritmo interno está alineado con el de la ciudad. camino más pausado, el número de tareas que planifico para el día es más realista y no me importa si tengo que esperar 10 minutos a que pase el siguiente bus. encuentro tiempo para leer o pintar o hacer cualquier otra actividad que no sea una obligación y, lo más importante de todo, no hay esa tensión en el cuerpo, esa agitación producida por el miedo de no llegar.
la vida aquí también me ha regalado algo que anhelaba y que no sabía identificar: el equilibrio perfecto entre naturaleza y ciudad. si quiero perderme entre árboles altos y lagos silenciosos, solo tengo que andar 10/15minutos; si necesito la estimulación de la ciudad, la inspiración de los cafés acogedores y de los comercios cuidados, en 20minutos estoy en el centro.
el gran contra está en la soledad. en no conocer apenas a nadie, en no sentir esa conexión, ni con las personas, ni con el entorno. y lo intento, de veras que lo intento, pero aquí me resulta más difícil. quizás por la barrera del idioma o por la diferencia cultural o por llevar poquito tiempo o por no saber todavía si solo estamos de paso o por un poco de cada una. y me pesa mucho porque la escapada a Madrid me ha recordado que mi definición de “casa” tiene mucho de las personas que me rodean.
en los próximos días sabremos si nos quedamos aquí o si volvemos a Madrid. sé que quiero quedarme, ambos lo queremos. queremos aprovechar la oportunidad que se nos brindó hace unos meses, disfrutarla bien. pero supongo que esto no quita la tristeza que tengo a veces por saber que los míos están lejos y sentir que la soledad de aquí, a ratos, pesa más de la cuenta.
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