empezar en un lugar nuevo, ya sea en un colegio, un trabajo o en una ciudad, casi siempre es difícil. el entorno deja de ser conocido y nos sentimos más vulnerables, más desprotegidos sin aquellas personas, espacios o rutinas que en cierto modo nos definían y nos daban seguridad.
a mí los cambios me han costado siempre, me apego con facilidad a las personas y a las cosas, y, ante la novedad, me siento expuesta e indefensa. para sentirme segura de nuevo, «a salvo», busco trazos, vislumbres de algo conocido a lo que poderme agarrar.
hace unas semanas que voy escribiendo en una libreta situaciones que vivo aquí que me hacen sentir a gusto, «vista» y cuidada. anotarlas me hace tener presente que hay unos universales que se encuentran en todos lados, incluso si la cultura y el carácter general de las personas difiere bastante de lo que estoy acostumbrada, y esto me reconforta. al final, no somos tan diferentes.
estas son algunas de las que he vivido por ahora:
. el primer día que la chica del café de la filmoteca me preparó el té verde antes de que fuera a pedirlo a la barra porque ya sabía lo que iba a pedir. ahora lo hace siempre que voy ahí y me hace sentir tremendamente cuidada.
. el domingo que fuimos a comer a Omayma, una cafetería/restaurante, con rícard. me acerqué a la barra a pedir postre y elegí dos dulces. le pregunté al chico que había en el mostrador si había elegido bien y me contestó que él era el cocinero del lugar y que, lógicamente, le gustaban todos. me reconoció, por eso, que sus favoritos eran el peanut sticker, que yo había elegido, y un pequeño brownie. le pedí entonces que me cambiara el banana bread que había elegido inicialmente por el brownie, así probábamos sus dos favoritos, y me respondió que mejor me ponía los tres y le dábamos nuestra opinión. que nos regalara ese tercer dulce era del todo innecesario pero me hizo sentir súper cuidada. le dije que volvería pronto y así ha sido.
. la tarde que perdí el autobús por los pelos y, mientras corría tanto como podía hacia la siguiente parada para llegar antes que el automóvil, el conductor lo vio y paró en medio de la calle para que pudiera subir.
. la mañana en que la mujer que estaba sentada en la mesa de al lado en la cafetería de Rosendals me dijo que llevaba un jersey bonito que me sentaba muy bien.
. el día que pedí un chai latte en una cafetería y se me olvidó decir que lo hicieran con leche vegetal. cuando me lo trajeron y me di cuenta de que estaba hecho con leche de vaca, lo devolví entre disculpas porque no puedo tomar lácteos. pedí uno nuevo y, al querer pagarlo, la camarera me dijo que corría en su cuenta, que la próxima vez ya lo pagaría yo.
. el domingo que fuimos a pasear con rícard por una zona que no conocíamos para valorar si querríamos vivir allí (si finalmente nos quedábamos en Estocolmo) y, antes de salir de una tienda, le dije al chico del mostrador que tenían una selección de productos preciosa. me agradeció el comentario, me preguntó qué me había traído al barrio y, cuando se lo expliqué, empezó a contarme las bondades de esa zona, a recomendarme sitios bonitos que teníamos que conocer y se despidió con un «ojalá nos volvamos a ver pronto, esta vez como vecinos». ojalá.
. la mañana lluviosa que llegué a la parada del bus y se me torció el gesto cuando vi que faltaban diez minutos para el siguiente. esperando había una señora muy mayor sentada en su taca-taca. me vio y me dijo que lo único que teníamos que hacer era esperar, que estábamos a cubierto y que teníamos diez minutos para nosotras mismas. sus palabras me hicieron sonreír y salir del momentáneo mal humor en el que acababa de entrar. los diez minutos de espera los pasamos hablando de todo y de nada y pasaron súper rápido 🙂
. cada vez que entro o salgo del hotel donde nos alojamos y Danial, uno de los chicos de la recepción, me saluda, aunque haya pasado por allí ya diez veces.
. cuando me encuentro a Niclas, un profesor, en la recepción del hotel y me pregunta cómo van mis avances con el sueco. le digo las palabras nuevas que he aprendido y empieza a repetirlas conmigo hasta que las pronuncio bien.
. ahora mismo, mientras escribo estas líneas, y una chica que estaba conectada a los auriculares, trabajando con el ordenador, ha corrido a abrir la puerta de la cafetería a un padre que intentaba entrar con un cochecito doble.
no dar por sentados estos gestos, agradecerlos y tenerlos nosotros también es una manera sencilla y poderosa de hacer que las personas se sientan cuidadas, vistas. y en un entorno que demasiado a menudo es estresante y, a veces, incluso hostil, estos destellos de generosidad y de amor funcionan como un pequeño salvavidas. yo lo he sentido así muchas veces; nunca sabemos el impacto que tenemos en las otras personas.
pd. dos gestos que me siguen conmoviendo profundamente a día de hoy, más de tres años después de que ocurrieran, fueron el día en que un desconocido me invitó a comer cuando estaba recién llegada a Madrid y la manta que las chicas hicieron para mí mientras estaba ingresada en el hospital.
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