de niña estaba plenamente convencida de que todo tenía vida. trataba a los objetos como si pudieran sentir. hubo una época en que metía tantos peluches y muñecos conmigo en la cama que se hacía difícil dormir, pero me daba una pena horrible pensar que pudieran pasar frío si se quedaban en la estantería.
teníamos un coche viejito, un Renault 21, al que llamé Quim y una moto que se llamaba Olga. cuando mi hermano nació y mis padres decidieron cambiar el coche por otro más grande y cómodo lloré lo que no está escrito, sentí tanta tristeza! recuerdo bajar al parking con ellos para que me hicieran fotos con el coche y escribirle una carta de despedida que todavía conservo, en la que le decía lo mucho que lo quería y cómo no habría coche que pudiera remplazarlo, al menos no en mi corazón.
cuando conocí a rícard con 20 años, él tenía una moto destartalada que apenas tiraba, a la que me empeñé en bautizar también. rícard me siguió la corriente y, aunque al principio lo decía en broma, poco tiempo pasó hasta que, siempre que hablábamos de la moto, lo hacíamos llamándola por su nombre (Candy o Clandle, versión abreviada de Candelaria). con 25 años compramos un coche de segunda mano pequeñito y con bastantes años al que llamamos Rocky porque, a pesar de ser viejito, era duro como una roca y nos llevaba a todas partes.
de más pequeña darle nombre a las cosas me ayudaba a reafirmar su identidad y a tratarlas con cariño y con respeto. y esta semana me di cuenta de que todavía hay algo de todo esto en mí y me gusta que sea así. ya no es aquel sentimiento infantil que me hacía sufrir cuando algo se estropeaba, se rompía o se reemplazaba, pero sí procuro tratar los objetos con delicadeza. todo lo que hago, de hecho, intento hacerlo con cariño, es un pequeño gesto que me da placer, que me hace sentir bien: doblar la ropa con esmero, procurando que no queden arrugas; acompañar la puerta cuando la cierro para evitar portazos; secar los platos con el paño con cuidado; ponerme crema en el cuerpo masajeándome ligeramente la piel y los músculos; acariciar algunas hojas de las plantas cuando las riego; enjuagar los platos con una presión del agua suave; guardar los calcetines en el cajón con suavidad; alisar la cama, cuando acabo de hacerla, como acariciando las sábanas; secarme el pelo con la toalla, cuando salgo de la ducha, con dulzura… no se trata tanto de hacer las cosas despacio, porque se pueden hacer deprisa, pero con intención. hacer las cosas así me arraiga al presente, hace que ponga mi atención en lo que estoy haciendo a cada momento y me conecta con ello, dándome paz y bienestar.
creo firmemente que hacer las cosas con cariño, con amor, hace que nos sintamos mejor, nos conecta con esta energía. y creo que es una mirada que te contagia, que hace que, cuando hablas con una persona, con un desconocido en una tienda o en la calle, pongas ese mismo cariño y atención, y la persona lo percibe y te contesta en el mismo tono, desde el mismo lugar. creo que es muy bonito cuando ves los efectos de esta «ola» expansiva. estaba pensando en ello esta mañana y me ha apetecido compartirlo 🙂
pd. de la forma en que te hablas & sobre una vida plena
pd. de la forma en que te hablas & sobre una vida plena
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