ya casi ha terminado nuestro verano en Estocolmo. la semana que viene nos vamos cada uno por su lado por motivos diferentes y nos encontramos el viernes en Barcelona para la boda de unos amigos. aunque después todavía estaremos aquí unos días antes de irnos de vacaciones, vienen a vernos unos amigos y el día a día será con ellos. durante la cena de ayer hablábamos con rícard de la tristeza que sentimos porque se acabe este primer verano sueco, tan diferente a los vividos hasta el momento: pausado, deseado, exasperante (a momentos) y, sobre todo, disfrutado.
el buen tiempo aquí dura poco y la gente lo sabe. incluso en los meses que se suponen de calor, las temperaturas a veces te sorprende y bajan hasta los 8 o 9 grados en julio. basta que haya un rayito de sol para que las terrazas se llenen, para que todos cojan un pareo y se planten en el parque más cercano a comer, a reunirse, a leer, a tomar el sol, a descansar, a celebrar… a estar. cada vez que cruzo el parque que hay cerca de casa y veo el césped lleno de niños, de personas solas, de familias y de parejas me da un pequeño vuelco el corazón de la emoción, me hace muy feliz ver esta apreciación por el buen tiempo, por el momento presente, en realidad, esta actitud de ir con la vida y aprovechar lo que te ofrece a cada instante. tengo la sensación de que cada día de verano es celebrado, como también la tuve con cada día de nieve, de invierno.
con los días largos de final de junio tenía la sensación de posibilidad infinita, de poder hacer lo que quisiera porque el día no acababa nunca. el verano es siempre la época del año más especial para mí, quizás porque nací en esta estación, quién sabe, pero es el momento en que encuentro renovadas mis ganas de vivir. me siento más ligera, más plena, y a menudo siento pequeñas explosiones de júbilo dentro de mí.
en los días de sol hemos cogido las bicis y hemos ido a bosques y a lagos, aunque a veces el tiempo cambia tan rápido que también nos ha pillado una buena tormenta de camino a casa. los paseos han sido preciosos, hemos descubierto unas calles y unas zonas que de otro modo no habríamos podido conocer. preparando una ensalada de arroz, de quinoa o de cualquier cosa para llevarnos y cogiendo algo de fruta, hemos alargado los días y disfrutado de la naturaleza exuberante que ofrece la ciudad tanto como hemos podido.
también hemos vuelto a lugares conocidos, aunque parecía que los viéramos por primera vez. fuimos a Rosendals y qué espectáculo tan impresionante de flores, frutas y hortalizas! los campos en plena floración parecían exultantes. qué diferente de cuando íbamos en invierno y estaba todo adormecido, cubierto por un manto blanco.
en Rosendals compramos semillas y hemos plantado nuestras primeras hortalizas en casa: espinacas y rúcula. cada vez siento más la necesidad de conexión con la tierra, de sentirla cerca, de observar sus ritmos y de poder acompasarme a ellos. y adoro ver que rícard lo siente igual. el acto de poner algo tan diminuto que parece un granito de arena en la tierra, regarlo y que a los pocos días se haya convertido en un brote que va cogiendo altura me parece mágico. pensar que en una semanas podremos comer estos brotes y que seguirán saliendo más y más… magia. plantamos las semillas hace diez días y cada mañana salimos a ver cómo han crecido por la noche, a saludarlas, a decirles que estamos muy contentos de tenerlas con nosotros.
los días más fríos y lluviosos, más abundantes de lo que pensaba y de lo que me hubiera gustado, los hemos aprovechado para encender el horno y hacer pan, pizzas y tartaletas, para leer y mirar películas en el sofá.
tengo la sensación de que ha sido un verano lento y suave, enriquecedor para el alma, bonito, aprovechado y, como escribía al principio, disfrutado.
he hecho un vídeo con algunos de estos momentos para volver a ellos siempre que necesite recordar estas sensaciones de posibilidad, de despertar y de ligereza:
pd. un vídeo de un fin de semana en París & otro en Cinqueterre
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