la semana pasada estuve en Barcelona. cuando me ingresaron en el hospital hace un año y medio porque el brote que tenía era grave, empecé un tratamiento más intensivo y sofisticado que implicaba que, a partir de entonces, debería ir cada 6 semanas al hospital y pasar 3 horitas conectada a una máquina mientras me pasaban la medicación vía intravenosa. de ahí que mis viajes a Barcelona sean bastante frecuentes (de ahí y de bodas, blogs & cava y celebraciones, que eso también).
al volver de Nueva York me tocaba tratamiento y visitar unos días más tarde a mi doctora. una doctora que no lo ha tenido nada fácil conmigo porque puedo ser una paciente un poco complicada. cuando llegué a l’Hospital Clínic hace 2 años y medio había hecho ya unos cuantos brotes, probado medicaciones que no habían funcionado y era muy reacia a seguir aumentando la intensidad de estas. estaba enfadada conmigo por no ser capaz de curarme y, con la vida por ser así de injusta. creía (y sigo creyendo) que una enfermedad va más allá de un puñado de síntomas físicos y no tenía ninguna intención de decir amén a todo lo que dijeran los médicos.
me tocó una doctora joven, de mi edad, que, imagino, no se esperaba encontrar a una paciente dispuesta a cuestionar todas sus propuestas y decisiones, a negociar las cantidades de medicamento, a resistirse a hacerse más pruebas y a pedir explicaciones para todo. entiendo, y sé por experiencia propia, que la medicación puede llegar a ser muy necesaria pero creo que la visión occidental de la medicina hacia la salud es muy limitada y desde luego no pienso que la solución a las enfermedades pase por tomar cada vez más y más pastillas.
recuerdo alguna de las primeras visitas con ella como una especie de pulso por mi parte, un desafío a ver quién de las dos podía más, pero lo cierto es que esta batalla (batalla por mi parte porque no creo que en ningún momento ella haya tenido ganas de luchar contra mí) se fue disolviendo con el tiempo, en la medida que yo sentía que me escuchaba; que recogía mis miedos y no los ignoraba; que, cuando no estábamos de acuerdo, intentaba llegar a un punto de consenso; y que me respetaba. hace unos meses me dijo que, como llevaba un año haciendo el tratamiento intravenoso, por protocolo tocaba hacer una colonoscopia pero que, sabiendo lo reacia que era yo a someter al cuerpo a estrés innecesario y escuchándome contarle cómo me encontraba, no la íbamos a hacer; que si en un año los síntomas seguían bien y nos planteábamos retirar una de las medicaciones que estoy tomando, entonces sí que habría que hacerla pero que ahora no era imprescindible. en ese momento supe que podía estar tranquila y guardar mis guantes de batalla porque estábamos las dos del mismo lado.
la semana pasada mi doctora me dijo que se iba y yo no pude contener las lágrimas. ha conseguido algo que no era nada fácil, que yo confiara en ella y que le tenga verdadero aprecio, y estoy aterrada por tener que volver a empezar con alguien nuevo por las dudas de si será capaz de, como ella, ver más allá de mis síntomas.
llevo días dándole vueltas a todo esto. desde que me lo dijo los recuerdos de mi ingreso en el hospital se han disparado. unos recuerdos que no me gusta revivir porque fue una estancia muy dura, no solo por la gravedad de mi estado en ese momento, sino sobre todo por la incomprensión e invisibilidad que sentí por parte del personal sanitario. cuando me ingresaron mi doctora estaba de vacaciones así que me trataron otros médicos que, a mi entender, no hicieron el mínimo esfuerzo por ver y comprender el pánico que sentía yo en esos momentos (quizás por incapacidad personal, quizás por supervivencia profesional, no importa) y que ignoraron cosas tan básicas como mi intimidad o mi necesidad de tener a alguien a mi lado cuando el doctor pasaba a contar cómo evolucionaba y cuáles eran los siguientes pasos a seguir.
yo lo tengo muy claro. para mí, un buen médico no es el que diagnostica más rápido o el que quedó primero de su promoción, no es el que se sabe mejor los protocolos ni el que parece tener una certeza absoluta acerca de la enfermedad del paciente. a mí todo esto, sinceramente, me da igual. no me importa nada que un médico dude o que me diga que no sabe qué hacer porque entiendo que esto es lógico, que el cuerpo humano es complejo y que no viene con un manual de instrucciones como un electrodoméstico. incluso al contrario, en algunos momentos las dudas que han expresado han sido justamente las que me han hecho confiar, el que me dijeran no estoy seguro de que esto funcione, ni sé por qué tu cuerpo responde así; si quieres, podemos probar con esto pero también entenderé que no quieras hacerlo. no necesito que mi médico sea un dios que tenga todas las respuestas, no creo que nadie deba pedirle esto a un médico. lo que sí creo es que un médico debe escuchar a su paciente, mirarlo mientras habla, intentar ponerse en su lugar para poder entender sus miedos y sus resistencias, recogerlas y tenerlas en cuenta, ser honesto y transparente, y ver más allá del protocolo, de los síntomas y de la enfermedad. en definitiva, ver y tratar a la persona. esto es, junto con sus conocimientos, lo que para mí hace un buen médico, un médico excelente, y yo he tenido la suerte de tener a una de ellas durante casi 3 años.
pd. la importancia de escuchar
pd. la importancia de escuchar
{fotografía de Robbie Lawrence para toast magazine}
Catalina
Mi nombre es Rivera, estoy aquí para testificar acerca de
Dr. BAZ, es lo mejor que tiene incluso
Me sucedió en esta vida, me trajo de vuelta mi
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