el lunes se cumplió un año de nuestra llegada a Madrid; un poco más en el caso de rícard, pero un año justo desde que estamos aquí los dos.
mirando las fotos que he hecho en este tiempo de la ciudad me doy cuenta de que tengo una relación peculiar con ella, de amor y de odio; odio es una palabra demasiado fuerte para este caso, no sería esta, pero sí de incomodidad, de desagrado.
me gusta la oportunidad que me ha dado Madrid de salir un tiempo de Barcelona, de mi familia, de mis amigos, de mi entorno conocido… de mi zona de confort. me gusta que me haya empujado a vivir situaciones nuevas y que, gracias a ellas, haya descubierto facetas de mí misma que desconocía. me gustan los aprendizajes que conlleva el vivir en una ciudad que no es la tuya y empezar de cero, aunque sea también retador, estresante y a momentos doloroso y difícil. me gusta cómo nos cuidamos aquí rícard y yo, cómo somos conscientes de que, a pesar de conocer a gente, nos tenemos sobre todo el uno al otro y esto hace que seamos más comprensivos, más empáticos y estemos más pendientes de nosotros. solo por esto venir a vivir aquí ha sido un gran acierto y una decisión que volvería a tomar.
de Madrid específicamente me gustan sus fachadas, mucho; me gustan los colores que tienen y, sobre todo, me gustan sus balcones, demasiado pequeños para salir y sentarte cómodamente, pero coquetos y elegantes.
me gusta el aire castizo que tiene, creo que es su esencia verdadera, un pueblo que creció muchísimo, pero un pueblo al fin y al cabo. me gusta cómo se entrevé esa esencia en la estructura de algunas calles que, cuando están vacías, podrían pasar por las de cualquier pueblecito del interior; me gusta encontrar pastelerías, bares, cafeterías, sombrererías y tiendas de todo tipo que hace más de 100 años que están ahí y que siguen existiendo, semiocultas entre bares de moda y tiendas hipsters. me gusta ver a un grupo de señoras entradas ya en edad sentadas en una cafetería cuyos camareros visten todavía con chaleco negro, camisa blanca y delantal, merendando juntas chocolate con churros una tarde de sábado.
me gustan los nombres que tienen algunas calles, me parecen muy graciosos. también me resulta gracioso el aprecio que existe aquí hacia El Corte Inglés, es algo que no pasa en Barcelona.
me gusta la afición de la gente por las terrazas; ya puede ser enero que, como haya un rayo de sol, todo el mundo sale a la calle en manada. me gusta el ritmo tranquilo que tienen las mañanas en mi barrio. me gusta la grandísima oferta cultural y artística que ofrece la ciudad y el hecho de que haya personas de todos los rincones de España.
lo que más me gusta, por eso, es la gente que estoy conociendo aquí y que se ha ido haciendo un hueco importante en mi vida. me gusta pasarme por la tienda de María un martes por la tarde, que no hay talleres, y sentarme a charlar con ella; o desayunar con Laura un día entre semana, cuando conseguimos encajar agendas; me gusta ir a eventos y descubrir lugares bonitos y gente interesante con Chejo y hacer planes nuevos y diferentes con Vero.
sin embargo, no me gusta que no haya mar, lo echo mucho de menos y, a pesar de tener 2 grandes pulmones como son el Retiro y el Parque del Oeste, a menudo me siento atrapada entre tanto cemento.
no me gustan las prisas que parece tener la mayoría, ni las aglomeraciones que se concentran en… en todas partes: no me gusta no poder meterme en la piscina un sábado a las 11h porque literalmente no encuentro hueco para entrar, ni mirar un cuadro en un museo con 15 cuerpos pegados al mío. no me gusta nada la indecente cantidad de coches y contaminación que existe, ni la excesiva oferta que hay para todo que, en mi opinión, hace que nos perdamos y acabemos por confundir qué es importante y qué no, qué necesitamos en realidad y qué solo nos parece que necesitamos. en general, no me gusta el grado de intensidad que percibo, demasiado elevado sin duda para mí.
Madrid no es mi ciudad, esto lo siento claramente. María dice que si tú estás bien, estás bien en cualquier parte y, aunque coincido con ella, también pienso que cada lugar tienen una energía y un ritmo concretos y que, para encajar realmente, esta energía y ritmo tienen que estar en sintonía con los tuyos propios. claramente Madrid es demasiado para mí, tiene un ritmo que no sigo y que no quiero seguir, y creo que ser consciente de ello es importante. por ahora la aventura sigue aquí así que, hasta que no veamos cuál es nuestro siguiente destino, seguiremos disfrutando de lo bonito que tiene por ofrecer, que es mucho, y aceptando y aprendiendo a convivir con lo que no nos encaja tanto.
un abrazo grande y gracias por compartir tú también cómo vives la ciudad!