a las 13.30h en punto coge el abrigo que se apoya en el respaldo de su silla, agarra la bolsa de tela que cuelga del perchero con su comida y sale camino del ascensor casi corriendo. espera en el rellano mientras mira cómo los números se van iluminando conforme el ascensor va subiendo y ella, impaciente, presiona varias veces el botón como si con eso hiciera que fuera a llegar antes. por fin se abren las puertas y pulsa con prisa el 0. cruza las puertas del edificio abrochándose el abrigo y una bocanada de aire fresco seguida de un suspiro la relajan de golpe. necesitaba salir de ahí un rato, las paredes grises e insulsas de la oficina se le venían encima y el fondo de pantalla con el recuerdo de sus últimas vacaciones en Cerdeña lo tiene tan visto que ya no sirve para evadirla. apunta en su cabeza «cambiar foto fondo pantalla».
cruza la calle que la separa del parque mientras el solecito que anuncia que la primavera está al caer la va devolviendo a la vida. se adentra un poco en él; no es suficientemente grande como para hacerle perder de vista los edificios altos que lo rodean pero se dirige a un banco desde donde, por lo menos, ya no se oye el zumbido de los coches.
se sienta con el sol dándole en la cara y abre el tupper con el couscous de verduras que preparó la noche anterior. no tiene nada que ver con un couscous marroquí de los de verdad pero le sale bastante rico.
cierra los ojos para poder tomar mejor el sol mientras da el primer bocado. inmediatamente este la traslada a su primera vez en Marrakech, en 2005, en ese fin de año en que sus tíos les dijeron que, esta vez sí, había un bebé en camino. recuerda estar tomando un té moruno en lo alto de una terraza en la plaza jemaa el fna cuando llegó la noticia que le produjo una grandísima alegría; quién hubiera dicho en ese momento que eran dos las que venían! el segundo bocado la lleva a una de esas callejuelas laberínticas del zoco donde unos niños jugaban a pelota en la calle. recuerda cómo chillaban todos alborotados en medio de grandes risas y, aunque no logra acordarse de cómo fue, tiene una foto con todos ellos sonriendo a la cámara. Marruecos en ese primer viaje ya la cautivó: su paleta de colores tierra, la sonrisa de la gente, el sabor de la pastela… su segunda vez fue, sin duda, la más emotiva: llegó a Chefchaouen, el pueblecito que había acogido a su abuela, recién cumplido un año, y a sus 6 hermanos. recuerda haber quedado totalmente fascinada por esas callejuelas azules y blancas, como si las hubieran sacado de un cuento; dormir en el parador que regentaba su bisuabuela; las impresionantes vistas al Atlas desde la ventana de su modesta y colorida habitación; y visitar la pensión: la pensión donde su abuela vivía con sus hermanos y su madre, acogiendo a cualquier persona que no pudiera permitirse otros precios. recuerda subir las escaleras de la bonita, pequeña y acogedora pensión para llegar hasta la azotea y disfrutar de las vistas de la ciudad entera: unas vistas como sacadas del cuento de Aladín, que tanta paz le transmitieron. la guinda a ese viaje fue cuando, 2 días más tarde, en Tetuán, pudo ver y visitar la casa donde su madre había vivido junto con sus padres, primos y tíos; el hospital donde nació, el edificio donde trabajaba su abuelo… todo aquello era también su historia, formaba parte de sus raíces, y poder verlo y tocarlo era una sensación abrumadora y a la vez tranquilizante, algo que la conectaba con una parte muy profunda de ella misma.
y, finalmente, su tercer viaje, esta vez al desierto, en un humilde albergue en Ait Ben Haddou que rebosaba cariño y amor, regentado por dos hermanos y sus dos esposas. en grupo, una experiencia distinta, pero igual de mágica. ahí pudo correr por el desierto, ver el amanecer más bonito que había visto nunca y uno de los cielos más estrellados. recordó cómo se despedía de Marruecos, de nuevo en Marrakech, de noche, mientras contemplaba el trajín y el encanto que envolvía la plaza jemaa el fna, mirándola y sintiéndose en casa, con una sensación de calma difícil de justificar, sobre todo teniendo en cuenta el movimiento y ruido que había a su alrededor, y recordó cómo se despedía del país sabiendo que esa no sería, ni mucho menos, la última vez.
el último bocado de couscous la devuelve a la realidad. solo han pasado 35 minutos pero aquella sensación de asfixia y agobio quedan ya muy lejos. empieza a comerse la manzana mientras mira a su alrededor; está claro que la gente ansía la llegada de la primavera porque parece que todo el mundo se ha lanzado a la calle al primer atisbo de sol: personas solas leyendo en un banco, hombres y mujeres trajeados que, como ella, han convertido el parque en su particular comedor, personas mayores que pasean o charlan junto a sus cuidadoras, algún joven echando la siestecita tumbado en el césped…
apura los últimos minutos antes de levantarse y dirigirse nuevamente a la oficina, cerrando los ojos y recreando las buenas sensaciones que le transmiten sus viajes, ahora totalmente renovada y serena. quién dijo que viajar fuera caro?
este post pertenece a la serie que he empezado recientemente titulado #historiasdeunmomento; pequeñas incursiones a cualquier momento del día donde se pueda encontrar un instante de bienestar. si te apetece, puedes leer ese momento de calma en el desayuno o las historias que pasan en un viaje en metro.
feliz fin de semana!! 🙂
pd. muy probablemente el martes no habrá post porque estaré recién llegada de Pádova, donde nos vamos esta tarde a pasar un fin de semana largo con unos amigos, así que nos vemos de nuevo el viernes que viene!
pd2. Marruecos tiene magia y un viaje a mis orígenes
Por cierto disfruta de este finde y a celebrar la llegada de la Primavera ;-)
Un beso y disfruta de tu fin de semana