una de mis esperanzas cuando empezamos el Camino era que este me ayudara a reconectar conmigo. muy atrás quedó el tiempo en que estaba tan enajenada de mí que era incapaz de ver qué me gustaba, qué me movía y cómo me sentía. esta alineación interna, poder identificar en seguida cómo me siento o qué necesito ha sido una de las grandes ganancias de los últimos años, y una de las más preciadas, pues pienso que reconocer tus necesidades y satisfacerlas es la mejor manera de cuidarte y de sentirte bien contigo mismo, sentirte en paz.
en los últimos años no solo he aprendido a escucharme y a entenderme, sino que también he ganado en velocidad. cada vez identifico más rápidamente qué sí y qué no, es como algo interno que me sale sin pensar, una reacción espontánea; un ratito más tarde suele venir la explicación racional, lo que me cuento para justificar mis respuestas.
de todo este cambio y proceso me siento muy satisfecha. sin embargo, hacía ya un tiempo que me había dado cuenta de que, a menudo, no era capaz de mantenerme en ello, no era capaz de dar respuesta a mis necesidades porque estas chocaban con el ritmo diario, las presiones (en su mayoría, autoimpuestas), los compromisos, el ruido, los debería… ante esto acababa cediendo y haciendo cosas contrarias a las que necesitaba, creándome inquietud, angustia y malestar.
así que empecé el Camino con la esperanza de que esos días de naturaleza, de estar apartada de mi rutina y entorno habituales, me ayudaran a escucharme más claramente y, sobre todo, a darme la fuerza que parezco perder cada vez que entro en contacto con el exterior.
y en el Camino redescubrí la belleza o, más preciso seguramente, reconecté con ella. reconecté con la belleza que hay en lavar unos calcetines llenos de barro con tus manos en una pica pequeñita de un lavabo: sentir el agua templada en la piel, notar la textura del tejido en los nudillos al frotarlos, percibir el olor del jabón, ver cómo el agua marrón se escurre entre los dedos mientras se destiñe hasta volver a ser totalmente transparente. reconecté con la belleza que tiene comerse una mandarina medio tumbada en la cama, cuando te sientes exhausta y hambrienta pero feliz, en paz: quitarle la piel, ir separando los gajos y comerlos uno a uno, sentir el jugo refrescante en la boca cada vez que muerdes uno, el olor impregnado en las manos después. reconecté con la belleza de escribir cada día a mano en una libreta los pensamientos y experiencias vividas. reconecté con la belleza que tiene esa sensación tan increíblemente reconfortante de meterse en una ducha con el agua bien caliente resbalando por tu cabello y por tu piel cuando llegas al hostal empapada de pies a cabeza, con los labios morados del frío y los dientes te castañean sin control.
reconecté con la belleza de los olores: la del eucalipto, la de la tierra mojada, la de la leña, la de la humedad, la del pan tostado y el café, la de la pizza, la del vino tinto, la del tomillo, la bergamota, la lavanda y el geranio. reconecté con la belleza de las texturas: la del musgo, la de plantas y flores que íbamos encontrando mientras caminábamos, la de las manos rugosas, la de una toalla seca, la de la crema hidratante suave y ligera. reconecté con la belleza de los sonidos: la del agua de un riachuelo, la de las gotas de lluvia al golpear contra la ventana, la de las ramas de los árboles mecidas por el viento, la del crujir de las hojas y ramitas bajo tus pies, la del silencio. reconecté con la belleza de la naturaleza, de una naturaleza imponente, majestuosa, salvaje, abrupta y dura a veces, delicada y exquisita otras. reconecté con una belleza que no es descriptible, con una belleza que, en cuanto le pones palabras, pierde fuerza porque la has pasado por la cabeza; una belleza que simplemente es.
reconecté con la belleza de los olores: la del eucalipto, la de la tierra mojada, la de la leña, la de la humedad, la del pan tostado y el café, la de la pizza, la del vino tinto, la del tomillo, la bergamota, la lavanda y el geranio. reconecté con la belleza de las texturas: la del musgo, la de plantas y flores que íbamos encontrando mientras caminábamos, la de las manos rugosas, la de una toalla seca, la de la crema hidratante suave y ligera. reconecté con la belleza de los sonidos: la del agua de un riachuelo, la de las gotas de lluvia al golpear contra la ventana, la de las ramas de los árboles mecidas por el viento, la del crujir de las hojas y ramitas bajo tus pies, la del silencio. reconecté con la belleza de la naturaleza, de una naturaleza imponente, majestuosa, salvaje, abrupta y dura a veces, delicada y exquisita otras. reconecté con una belleza que no es descriptible, con una belleza que, en cuanto le pones palabras, pierde fuerza porque la has pasado por la cabeza; una belleza que simplemente es.
y, sin saberlo, redescubrir esta belleza es lo que me ha permitido reconectarme conmigo. esta belleza es lo que necesitaba para escucharme y atenderme, para mantenerme en mí. me he dado cuenta de lo mucho que significan para mí estos momentos, de cómo cambian mi día, de cómo me cambian. y, mientras creo firmemente que no controlamos apenas nada de nuestras vidas, que no tenemos control acerca de lo que nos pasa, sino solamente de cómo lo vivimos, sí creo que podemos controlar nuestro tiempo, decidir qué ponemos en nuestro día y a qué le damos peso.
y a mí me apetece mucho seguir percibiendo esta belleza, seguir experimentándola también aquí, en una ciudad que vive acelerada, siempre pendiente de mostrarnos la última tendencia, de poner a nuestro abasto la máxima oferta y buscando, incansable, la manera de que podamos hacer cada vez más en menos tiempo. y creo que es posible. y, sobre todo, creo que es necesario, necesario para mantenerme conectada a mí. y creo que, por fortuna, depende principalmente de mí.
¡Cuanta belleza hay en tus palabras!
Abrazo. :)
Es importante estar centrada, ajena a los ritmos de otros, da igual en qué ciudad o lugar te encuentres. Tengo amigas que han huído a distintos lugares creyendo que eso cambia, y al llegar han encontrado que estaban igual, porque era algo que llevaban dentro de sí mismas.
Elige tu equilibrio, el que te gusta, elige cómo llenas tu tiempo, dónde y con quiénes y procura que lo que amas esté a una distancia razonable que te permita acercarte a ello con frecuencia (a poder ser cada día).
Descúbrete en nuevos sitios, por nimios que parezcan.
(no importa leerte tarde, tus palabras son atemporales)
Gran abrazo y achuchón.