Habíamos pasado por enfrente 20.000 veces; siempre había gente esperando, tanto dentro como en la misma calle. Cada vez que lo veíamos repetíamos que queríamos venir a comer un día y, como tantas otras cosas, no lo habíamos hecho aún. Y es que Barcelona tiene esto: hay tantísima oferta, tantos planes por hacer, tantos sitios a los que ir, probar, visitar,… que es muy difícil imposible hacerlo todo en poco tiempo. Y menos si eres algo parecido a mí, que quiero estar en todas partes, conocerlo y verlo todo. Para eso está mi interminable lista de «sitios para ir», para irla aumentando cada día… pero bueno, esta es otra historia.
Me quedo con las ganas de probar su brunch. Con una carta igualmente sabrosa y apetecible, me da la sensación que tiene que ser una experiencia que merece la pena. Para comerlo quizás en la mesa grande que hay en la entrada, entre parte de su cocina (donde preparan las ensaladas, desayunos, zumos…) y la pequeña muestra de aceites, mermeladas, aceitunas y demás que vienen directos de Becaire d’Urgell. Desayunar (brunchear?) allí, hojeando el periódico y mirando el vaivén de gente que pasa por la calle a través de sus grandes cristaleras me parece una excelente manera de empezar el fin de semana. Pero esto lo dejo para otro momento, lo añado a mi lista y salgo de ahí con el estómago lleno y una sonrisa bien grande.
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