30 de mayo

30 de mayo.

sentada en la mesa de la cocina/salón de nuestra nueva casa veo cómo los árboles tiemblan, azotados por un viento furioso. son las 11.30h y es festivo en Suecia. rícard está sentado frente a mí, concentrado delante de la pantalla de su ordenador, con los auriculares puestos. lo miro de reojo y siento cierta envidia. en las últimas semanas he deseado este momento muchas veces, el momento de volver a sentarme a escribir sin que mi cabeza anduviera perdida en listas interminables de quehaceres derivados de la mudanza. y, sin embargo, ahora que estoy aquí desearía que cualquier otra tarea me obligara a levantarme de la silla.

el último post fecha del 17 de abril. siento que en este mes y medio ha pasado un mundo. estuvimos en Madrid y en Barcelona. mi hermano vino a visitarnos un par de días y disfruté de su compañía exclusiva y de nuestras conversaciones como no hacía desde que vivíamos juntos. me despedí con tristeza y agradecimiento del bosque que tantas veces me había acogido en los últimos siete meses y de los chicos de la recepción del hotel, con la promesa de que volveríamos a vernos pronto. nos mudamos.

me encanta nuestra nueva casa. tiene muchísima luz natural. por las tardes entra una luz preciosa en el dormitorio, un dormitorio que tiene una terraza en la que, intuyo, pasaremos muchas de las noches de verano que se avecinan. la terraza, a su vez, da a un jardincito comunitario verde y tranquilo en el que, los días soleados, más de un vecino se sienta a comer en una de las mesas de madera.

cuando llegó el camión de la mudanza de Madrid no daba crédito a la cantidad de cosas que teníamos. en 2015, cuando preparamos la mudanza de Barcelona a Madrid, leí «La magia del orden», de Mari Kondo. ese libro me hizo tomar conciencia de todo lo que acumulaba en casa; desde varios «por si acaso» hasta muchos objetos ligados a recuerdos pasados. seguí al pie de la letra las indicaciones de la autora y llené más de diez bolsas para donar y regalar. desde entonces pienso mucho más antes de comprar y guardar nada. por eso quedé paralizada cuando vi la cantidad de cajas que había con nuestras pertenencias. después de haber vivido en un hotel durante siete meses con tan poquita cosa, todo aquello me parecía una barbaridad.

me sumergí de lleno en un proceso de limpieza y orden. inicialmente externo, pero acabó conduciendo a uno interno que viví como un regalo. fui sacando uno a uno cada objeto y mueble de las cajas y valorando si era el momento de seguir caminos separados. pude desprenderme de muchas cosas ligadas a mi adolescencia de las que en la mudanza anterior no había sido capaz y me di cuenta de que, a pesar de saber con certeza que no volvería a usar algunas cosas, todavía me resistía a soltarlas. y también está bien, está bien identificar mis nudos y mirarlos con cariño. quizás más adelante pueda deshacerlos como he hecho con otros, y quizás no, ya se verá.

encontramos una cadena de tiendas de segunda mano en la ciudad que lo aceptaba todo y lo llevamos allí. me hizo muy feliz pensar que otras personas podrían alargar la vida de nuestras cosas y disfrutarlas, y saber que lo hacíamos a través de una empresa que empleaba a personas con dificultad de inserción sociolaboral.

compramos una mesa recuperada preciosa que es mi nuevo estudio. y un mueble de madera robusta para el salón, también recuperado que, no lo puedo evitar, cada vez que lo miro me traslada a La Provenza y a la Costa Brava, y me encanta esta sensación de mediterráneo en casa. continuamos con los trámites para oficializar nuestra residencia aquí. di de baja mi número de teléfono de siempre y adquirí un número sueco.

Ade y su familia vinieron de vacaciones y se alojaron a escasos minutos de nosotros. después de mucha comunicación por instagram y por whatsapp, y de una comida un año atrás en Madrid, tuvimos ocasión de pasar varios ratos juntos y lo disfruté muchísimo. rícard se fue a Ibiza por trabajo y mi madre vino un par de días. con ella liquidamos más de media lista de quehaceres; colgamos lámparas y cortinas, compramos lucecitas, macetas y la casa empezó a parecer un hogar.

cuando se fue, me encerré dos días y quité el polvo, aspiré, barrí, fregué, puse lavadoras, planché y ordené. porque la verdad es esta: me siento muy agradecida por haber encontrado este pisito en esta zona de Estocolmo y sé que somos afortunados porque todo está saliendo sin grandes contratiempos, pero he vuelto a cambiar el entorno y lo poco que era conocido, ahora ya no lo es. y es estresante y frustrante recibir cartas o mensajes en el móvil y no entender ni una palabra de lo que dicen. y es estresante ir por la calle y tener google maps siempre a mano porque la mayoría de veces no sé por dónde voy. y es muy frustrante, cada vez que entro en cualquier establecimiento, que se dirijan a mí en sueco y tener que decir que no lo entiendo y, aunque hablo bien en inglés, no tengo ni la mitad de vocabulario ni fluidez que en catalán o castellano. y es muy frustrante no conocer sus códigos ni costumbres, ni siquiera en las cosas más pequeñas, y sentirme torpe y con la duda constante de si lo estaré haciendo mal. y es frustrante coger el metro —con lo poco que me gusta el metro— e ir al centro —con lo poco que me gustan las muchedumbres— para arreglar papeles con el banco y encontrarme que, como al día siguiente es festivo, ese día cierra al mediodía. son situaciones insignificantes, pero se dan todas a la vez y hacen que vaya encogida y en tensión por la calle, y que acabe refugiándome en casa, que es donde me siento segura. y en las tareas manuales y mecánicas encuentro mucha paz; me llevan al presente, me arraigan y me evaden de lo demás. me conectan también con el espacio, con la casa, y despiertan ese sentimiento de amor en mí, de querer cuidarla.

y en estas estoy, buscando el equilibrio constante entre el dentro y el fuera, entre el forzarme un poco a hacer cosas que me cuestan y acostumbrarme a ellas, sin que me suponga acabar llorando en el metro de vuelta a casa. sabiendo que, como todo, esto también pasará e intentando apreciar la belleza que hay en mi día a día, que es mucha.

 

pd. una vida más consciente

2 Comments

  • Isabel Simón
    Dentro de unos meses te reirás de estas peripecias. Mis padres emigraron en los 60 a Alemania y siempre he escuchado sus anécdotas de recien llegados al país sin conocer el idioma. Una abraçada, Isabel
    • drimvic
      gràcies per la perspectiva i la lleugeresa, Isabel, em va molt bé recordar-les de tant en tant :)

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