no recuerdo cuándo empezaron exactamente. por la mañana fuimos con mi madre al centro a recoger un gorrito de bebé y después entramos en la cafetería del cine que tanto me gusta, ese cine pequeñito y acogedor de estética de los sesenta. nos sentamos en una de las mesitas junto a los ventanales a tomarnos un chai latte y, mientras estábamos ahí, las sentí, pero no eran las primeras. iban y venían sin seguir ningún compás, y eran tan suaves que no estaba segura de que fueran contracciones. cada vez que tenía una me venían a la mente esas olas pequeñas que parece que van a romper en la orilla y que finalmente se disuelven en el agua antes de hacerlo.
a las 18.30h había clase de yoga y, aunque dudé unos minutos sobre si ir, cogí la esterilla y salí de casa. la clase de los martes, kundalini yoga, y la de los miércoles, específicamente para embarazadas, se habían convertido en espacios sagrados para mí. eran espacios de salud, de arraigo, de volver a la paz y a la calma, de volver a mí. presentía que si me quedaba en casa estaría demasiado pendiente de las contracciones y no me apetecía. Sofia, la profesora y dueña del pequeño centro, y uno de los ángeles que he encontrado en esta ciudad, me dijo que hiciera la clase a mi ritmo, sintiendo a cada momento qué me hacía bien y qué no. la recuerdo como una sesión muy bonita y especial. éramos muy pocas, las tres que en tiempos de covid nos habíamos mantenido regulares en nuestra cita de los martes y que, con el paso de las semanas, se habían convertido en una especie de familia extensa. el propósito de la clase era reforzar la confianza en una misma. de vuelta a casa me sentía serena y capaz, con la certeza absoluta de poder sostener el parto, e ilusionada por lo que estaba por venir.
cenamos sin hambre viendo un reportaje de trail running con Killian Jornet y otros corredores de élite. estábamos nerviosos: las contracciones habían subido de intensidad y frecuencia, y el documental nos distraía de ese no saber. cuando nos metimos en la cama y rícard apagó la luz, sentí claramente que no, que esa noche no íbamos a dormir, que Martí estaba en camino.
las siguientes horas, desde las 22.30h hasta las 02h, fueron una mezcla difusa de nervios, ilusión y algo de miedo. estar de pie y caminar me ayudaba, así que daba vueltas por casa, terminando de preparar la bolsa con nuestras cosas. después me metí en la ducha y estuve más de veinte minutos bajo el agua porque el calor me aliviaba el dolor. rícard, mientras, también se paseaba nervioso, cronometrando contracciones y chequeando de vez en cuando con el hospital para valorar cuál era el momento adecuado para ir. a las 02h decidimos salir para allá. mi madre, que se hospedaba en un aparthotel a cinco minutos de casa, vino antes de que nos fuéramos. nos encontramos en el vestíbulo del edificio, con el taxi ya esperando fuera. no recuerdo lo que dijo, creo que apenas hablamos; recuerdo esa mirada de fuerza y determinación tan suya que hace que la sienta invencible y que me sienta capaz yo también, y agradecí profundamente que estuviera ahí, tan cerca.
al llegar al hospital estuvimos en una habitación pequeñita e incómoda hasta que la nuestra estuvo lista. a momentos tenía la sensación de que todo aquello no era real: la espera de madrugada en la entrada del hospital hasta que nos vinieron a buscar; el camino por el laberinto de pasillos silenciosos y vacíos, guiados por un celador, hasta llegar a la planta que tocaba; ese dolor desconocido, cada vez más intenso; pensar que lo que estábamos viviendo acabaría con Martí en nuestros brazos…
cuando entramos en la habitación, casi a las 4h, sentí un gran alivio. al estar a principios de junio, el cielo estaba aclareciendo, ya había luz natural en la estancia. me metí en la bañera, rícard puso las velas que nos dieron, cogió los aceites esenciales de lavanda y el de «valor», el móvil con el pequeño altavoz para la música, y ahí estuvimos varias horas. en ese primer rato, a pesar de que el dolor estaba presente, pude estar bastante tranquila y relajada. intentaba acompañar las respiraciones con el mantra «sat nam», que tantas veces recitábamos en yoga; escuchaba las mismas canciones una y otra vez, las que me ayudaban en ese momento, y de vez en cuando olía los aceites esenciales.
creo que fue sobre las 8h que salí de la bañera porque la comadrona se dio cuenta de que Martí había hecho caca y, aunque el parto en el agua era posible, era más manejable si estaba fuera. la luz del día llenaba toda la estancia. las horas que siguieron hasta las 11.43h, cuando nació Martí, fueron difíciles para mí. el dolor había subido mucho de intensidad o yo estaba ya cansada, no lo sé. había tomado paracetamol para aliviarlo un poco, me hicieron acupuntura en la cabeza, una práctica habitual en Suecia, y probamos con el gas, pero me mareaba mucho. esas horas son un poco difusas en mi cabeza. iba probando posturas y cambiando cada poco, cuando las piernas me fallaban o no podía con el dolor. rícard me cogía de ambas manos y eso me daba seguridad, no quería que me las soltara ni un segundo. en varios momentos sentí que no podía hacerlo, que era demasiado. me sentía muy cansada y me daba miedo no ser capaz, no poder ayudar a Martí a llegar a este mundo sano y salvo. en algún punto mi mente cedió y ya solo era mi cuerpo. sé que grité, pero no sé cuánto ni por cuánto tiempo. sé que estaba sudando, que lloraba, que apretaba las manos de rícard con todas mis fuerzas, que gritaba más… y así hasta que empezó a salir su cabecita y luego el resto de su cuerpo y me lo pusieron en el pecho; tan pequeño…, tan real.
con él en brazos no podía parar de llorar. lloraba por tanto! no me podía creer que esa criaturita pequeña y perfecta fuera nuestro hijo, que hubiera venido para quedarse. no podía creer que esa criaturita pequeña y perfecta hubiera salido de mí, de mi cuerpo. lloraba de alivio, de que ya hubiera terminado. lloraba por todo el miedo que había pasado. lloraba de cansancio y lloraba de pura felicidad. sobre todo, lloraba de incredulidad: Martí era real, estaba ahí, en mis brazos. sentí que lo quería proteger de todo siempre, que haría lo imposible por cuidarlo y protegerlo. lloraba por el peso de la responsabilidad. y lloraba también de amor, de un amor muy, muy profundo hacia él y hacia ricard. quería tanto a ricard! quería compartir con él todo lo que estaba sintiendo en ese momento, decirle «es nuestro hijo, este es nuestro hijo!!», y no me salía ninguna palabra, solo mirarlo, mirar a Martí y llorar.
***
me apetecía compartirlo. inicialmente pensaba que no, que quería que fuera una experiencia para nosotros, y ahora, desde hace algún tiempo, me apetecía compartirlo. revivirlo y ponerlo en palabras me ha ayudado. sé que pasé miedo. en algunos momentos, mucho. miedo a desgarrarme, a partirme en dos; miedo a no poder sostenerlo, a no poder hacerlo; y miedo a no soportar el dolor. también sé que hice en cada momento lo que sentía y que me sentí arropada, escuchada, respetada y cuidada en todo momento. me sentí muy acompañada.
cada parto, cada experiencia, son únicas. la mía fue esta y la guardo con mucho cariño, con toda su belleza y su miedo, con su dolor. me apetecía que, después de tanto tiempo sin escribir en el blog, esto fuera lo primero que contara.
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