son 3 ya los meses que llevamos aquí. atrás han quedado los momentos en que tanta novedad me desbordaba y era incapaz de coger un bus sola; he aprendido a moverme con relativa soltura por la ciudad y me gusta descubrirla. aunque las temperaturas no son muy amables, últimamente disfruto cogiendo el bus y bajándome en una parada distinta cada vez para pasear sin rumbo, metiéndome por las calles que llaman mi atención hasta que encuentro una cafetería que me parece acogedora y me meto a entrar en calor con una taza de té bien caliente mientras trabajo con el ordenador.
a medida que el estrés inicial ha ido disminuyendo, una sensación molesta, de malestar interno, ha ocupado su lugar. me resulta familiar de otras veces; es como una zona gris y delicada en la que lo que valía hace un par de meses ya no sirve pero no ha habido tiempo suficiente aún para desarrollar lo que encaja ahora. es la incomodidad del cambio, de la transformación. me he sentido así cada vez que han habido cambios grandes en mi vida, y lo vivo mal porque es como si el malestar y el hastío se fueran adentrando en mí progresivamente, como si nada estuviera bien; como cuando ofreces a un niño de 2 años veinte opciones diferentes y te va diciendo que no a todas, cada vez más alterado, hasta que te das cuenta de que en realidad no sabe lo que quiere, solo sabe que no está bien.
de pequeña, de vez en cuando sentía un dolor agudo y repentino detrás de mis rodillas. era muy molesto y no podía hacer nada para aliviarlo, solo aceptarlo y transitarlo. duraba 3 o 4 días y se iba como había venido, en silencio y sin previo aviso. después de ese dolor siempre crecía unos milímetros. no pensaba en ello desde hacía años pero ayer me vino de repente a la cabeza y pensé que era una bonita analogía del momento presente.
en momentos así, mi rigidez y mi necesidad de orden se agudizan. ya que no puedo controlar lo de dentro, por lo menos controlo lo de fuera. el jueves pasado, en clase de yoga, la profesora indicó que hiciéramos una postura de piernas. las clases son en sueco y rícard y yo las seguimos como podemos, con torpeza, guiándonos por lo que hacen los demás. vi que algunas personas bajaban la cabeza, otras inclinaban el torso hacia delante y otras se mantenían erguidas. me puse nerviosa porque no entendía qué se suponía que tenía que hacer y, cuando la profesora pasó por mi lado, se lo pregunté susurrando. su respuesta fue justo lo que necesitaba escuchar: el sueño de una profe de yin yoga es que no haya 2 alumnos que hagan una postura exactamente igual. el objetivo del yin yoga es que te fundas con el cuerpo, que lo sientas de verdad y hagas lo que necesites en cada postura: bajar la cabeza, inclinar el torso, mantenerte recto… lo que sientas mejor para ti.
me di cuenta, entre sonrojada y avergonzada, de que estaba tan pendiente de hacer “bien” la postura que había perdido el cuerpo, estaba totalmente en la cabeza. y me di cuenta, también, de que esta compulsión de control que coge las riendas cada vez que me siento insegura ahoga cualquier atisbo de espontaneidad y de disfrute. ante el miedo a la incertidumbre, el control es mi respuesta intuitiva, de supervivencia, diría yo, y qué bonito tomar consciencia de ello, pues es la única manera de trascenderlo.
así que me escucho y busco espacios diarios para hacer lo que me pide el cuerpo, cosas que me sientan bien: escribir pensamientos desordenados en una libreta, pasear por el bosque y por los parques tan extensos de la ciudad, meditar, llevar la cámara de mi padre conmigo y atrapar momentos de este invierno de cuento, comprar un pequeño pomo de rosas y ponerlo en el salón de nuestra casa improvisada, leer… y la vida me ayuda y pone en mi camino a personas que alientan justamente esto en mí, pero supongo que esto queda para otro día. inmersa en el presente, mi mente desaparece y no hay espacio para el miedo ni el control. y así, a ratitos y muy poco a poco, siento, experimento, creo y disfruto mientras transito esta zona opaca y dudosa que es la incertidumbre, intrínseca a todo cambio que, a su vez, es señal inequívoca de (valioso y necesario) crecimiento.
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