suena el despertador y emito un pequeño gemido, no me apetece nada, quiero seguir aquí, acurrucada en la colcha un rato más. no hago ningún gesto por levantarme pero a mi lado rícard se remueve y, con más fuerza de voluntad que yo, a mi pregunta de nos quedamos? contesta no.
salgo de la cama y cruzo el pasillo frío y oscuro rápidamente, casi corriendo, y me encierro en el cuarto de baño. enciendo la luz, enchufo apresurada el calefactor y, con los ojos todavía medio cerrados, me cambio, cogiendo la ropa que he dejado allí preparada la noche anterior. me lavo bien la cara con agua tibia y, con la sensación de ser un poco más persona, me dirijo a la cocina donde rícard ya ha preparado los vasos de agua con zumo de limón y jengibre. me tomo el mío y, mientras enjuago el vaso en el fregadero, él ya está en el recibidor con el abrigo puesto, listo para salir. me calzo las bambas, cojo la bolsa y a las 7.05h estamos en la calle.
a pesar del frío gélido que hace, me gusta el trayecto hasta llegar allí porque es el único momento del día en que la calle Fuencarral está vacía y tranquila. camino encogida, con la cabeza agachada y maldiciendo el invierno en esta ciudad, aunque una parte de mí secretamente lo agradece porque, para cuando llegamos, 10 minutos más tarde, ya estoy mucho más despierta.
cuando se abren las puertas del ascensor y salimos a la recepción llega ese olor fuerte a cloro que la mayoría detesta pero que yo, no lo puedo evitar, adoro. imagino que es una de aquellas asociaciones que hace la mente de forma inconsciente, y a mí el olor a cloro me traslada a los viernes por la tarde de hace 23 o 24 años, haciendo natación al salir del cole y volviendo en el autobús con mis amigas mientras nos comíamos una bolsita de patatas o de galletas, hambrientas después del ejercicio.
en el vestuario hay ya 3 o 4 mujeres cambiándose aunque los días más fríos el número de valientes (o de inconscientes) desciende. me quito la ropa en un abrir y cerrar de ojos y, antes de que me haya dado tiempo a repensármelo, estoy subiendo las escaleras que llevan a la piscina. ahí arriba parece que el día lleve funcionando horas: hay tres carriles a pleno rendimiento haciendo clase y los otros tres funcionan a buen ritmo también. nos encontramos con rícard, pasamos escuetamente por la ducha y nos plantamos delante de nuestro carril, el del medio.
me recojo el cabello, me pongo el gorro, me ajusto las gafas y entro en la piscina. noto la rigidez en mi cuerpo al contacto con el agua y cómo se me eriza el vello y la piel. me sumerjo, el ruido se detiene, apoyo los pies en la pared y me impulso con fuerza. a partir de ahí, ya está. las 3 o 4 primeras piscinas noto como si estuviera luchando en el agua, el frío todavía me corre por dentro y el cuerpo responde con movimientos torpes e irregulares pero, pasados los primeros 100m, algo dentro hace «click», los músculos se relajan, mi cuerpo deja de batallar, ya no hay frío y siento como si el agua y yo fluyéramos juntas, como si fuéramos a una. nunca me doy cuenta de cuándo sucede pero en algún momento ya solo escucho el ritmo de mi respiración y en mi cabeza solo aparece el número de piscinas que llevo nadadas, el resto desaparece por completo. es curioso, solo soy capaz de acallar el ruido en mi mente cuando estoy en clase de yoga o aquí.
el kilómetro pasa volando; si veo que voy bien de tiempo añado alguna piscina más pero entre semana hay menos flexibilidad. no es hasta que salgo del agua que vuelvo a tomar consciencia del cuerpo y noto el esfuerzo realizado, allá dentro no había ningún cansancio. hacemos unos estiramientos con rícard mientras nos adelantamos al día comentando cuál es la previsión de hoy. nos despedimos con un beso y cada uno se dirige a su vestuario y a su día. yo entro en la ducha y el agua casi hirviendo que cae sobre mi cabeza y se desliza por todo el cuerpo es mi recompensa, mi premio particular. me seco, me visto, me peino y a las 8.20h estoy de vuelta en la calle. el frío me golpea en la cara de nuevo pero la sensación es muy diferente a la de hace apenas una hora: vuelvo a casa con la espalda erguida, el frío no me molesta lo más mínimo y, aunque procuro disimular, llevo una sonrisa de satisfacción incontenible todo el camino de regreso.
entro en casa, pongo agua a hervir en un cazo; mientras el agua empieza a hervir, tiendo la ropa y hago la cama y, con una taza humeante que desprende olor a canela, jengibre y cardamomo, me siento delante del ordenador.
buena semana ***
pd. hace un tiempo, 2 años, empecé unos relatos cortos que mezclaban mucho de realidad y algo de ficción a los que llamé historias de un momento. aunque el post de hoy no es uno de ellos, es la descripción de cómo empiezo algunas de mis mañanas, si te apetece leer alguno de aquellos relatos puedes hacerlo aquí (el amanecer), aquí (la espera en el metro), aquí (sobre Marruecos) o aquí (sobre el micromundo de los aeropuertos).
{fotografía de la portada de Sara Tasker (@me_and_orla)}
{fotografía de la portada de Sara Tasker (@me_and_orla)}
!Que tengas buena semana!
Ara no sóc valenta i tan d'hora em quedo al llit. Un petó