el ruido de la calle y de los coches me aturde y, si es muy intenso, me marea. cuando estoy cansada, necesito dormir; es importante para mí tener una rutina antes de acostarme y los cambios en ella (acostarme muy tarde un día, por ejemplo) me pasan factura rápidamente en el cuerpo. necesito dosificarme mucho los eventos y quedadas sociales; aunque el contacto con personas me gusta y me inspira, después de estar un rato con alguien necesito poder volver a casa y estar sola o en silencio hasta que vuelvo a sentirme recargada. me siento mucho más cómoda y disfruto más con el contacto de tú a tú que con los grupos, en los que el ruido, las conversaciones simultáneas, el querer atender a cada persona individualmente y estar por ella me acaba abrumando. el miedo a la incomodidad, a la reprobación o al enfado de los demás ha hecho que durante mucho tiempo ignorara mis sentimientos y necesidades y eso no hacía más que alimentar mi malestar y mi enfado. las tareas domésticas como planchar, fregar los platos, barrer… me relajan y me ayudan a centrarme (cuando no tengo que hacerlas a contrarreloj).
cuando hay bastantes personas en la calle o estoy en el metro, me agobio y me siento desprotegida, tengo mucha necesidad de salir de ahí y de meterme en casa. si me siento abrumada por algo necesito estar sola, ir a mi aire hasta que vuelvo a sentirme yo. me puedo concentrar profundamente y durante mucho rato pero necesito que no haya distracciones (tele de fondo, notificaciones del móvil, gente hablando…). cuando regreso de un viaje, ya sea de 2 días o de 15, necesito un tiempo para reubicarme: poder volver a ordenar las cosas, lavar la ropa, hacer la comida… no puedo llegar e ir directa a trabajar o a cualquier otro lugar, mi cuerpo llega de inmediato pero el resto de mí necesita un tiempo más largo. soy incapaz de hacer más de una cosa a la vez. puedo adaptarme a todo pero necesito un tiempo para hacerme a la idea y visualizarme en la nueva situación, y no me desenvuelvo nada bien con varios cambios simultáneos y repentinos. necesito un espacio diario para bajar el ritmo, procesar el día y descomprimir: recoger la casa antes de acostarme, leer un rato en la cama cuando ya no quedan aparatos encendidos, masajearme los pies y las manos…
hace un año leí El don de la sensibilidad y me di cuenta de que todas estas características (y muchas más) que yo no consideraba más que fallos personales y debilidades eran compartidas por un grupo de gente, las personas altamente sensibles (PAS). y entendí, también, que la sensibilidad no es otra cosa que una mayor receptividad a la estimulación, que yo siento y percibo con más profundidad que la mayoría de personas (que un 80% de la población aproximadamente, según unos estudios).
no puedo explicar el alivio que supuso leer y entender aquello. ese libro me describía en muchas situaciones sin conocerme de nada. hasta prácticamente ese momento vivía muy mal todas estas «imperfecciones» mías, sentía que no tenía suficiente aguante cuando necesitaba acostarme y el resto de mis amigos querían continuar estando de fiesta, que era egoísta, débil y rara, y en mi cabeza necesitaba tener una justificación muy evidente para salirme de la norma del grupo en alguna situación; si no lograba encontrarla, me sentía mal, muy mal. y, aunque hacía ya un tiempo que estaba aprendiendo a dejar de machacarme por cómo era y a abrazarme en todas mis imperfecciones, o intentándolo, por lo menos, todavía había muchas situaciones que me dolían y me incomodaban, y no podía evitar sentir que había algo en mí que no funcionaba bien.
con el tiempo estoy aprendiendo, no solo a no despreciarme o machacarme por esta sensibilidad, por ese «ir de puntillas» a mi alrededor que a veces requiero, si no también a valorarlo y a quererlo. soy muy concienzuda y perfeccionista, me gusta hacer las cosas bien (y mi definición de «bien» suele tener un listón muy alto). se me da muy bien detectar errores y evitarlos. empatizo mucho con el sufrimiento de los demás con lo que suelo ser cuidadosa, amable y considerada (excepto cuando yo misma me siento abrumada) y vigilo mucho de no avergonzar o juzgar a alguien por un error.
el olor de la crema de manos que me pongo antes de acostarme me da una paz y felicidad infinita; me encanta la textura rugosa de un plato de cerámica o de una toalla seca recién lavada, el olor a bosque y el sonido de la lluvia repicando suavemente contra la ventana. los juegos de luces y sombras que se proyectan en una pared me hacen sonreír, me emociono de felicidad muy fácilmente y, como estos, infinitos ejemplos más. adoro ser capaz de percibir estas cosas pequeñas, de ponerles atención y valor, siento que mi día a día está repleto de sutilezas, de momentos apenas perceptibles que lo llenan de color.
hace 3 semanas volví a Madrid, después de un mes de mucho trajín, sintiéndome al límite. me senté en mi asiento en el AVE en Barcelona y empecé a llorar sin saber por qué. he necesitado 3 semanas de mucho silencio y ratos de soledad; de limitar al máximo mi vida social, mis compromisos y obligaciones; de reforzar el yoga, la meditación, la natación y aquellas pequeñas tareas que me hacían sentir bien, que me enraizaban al momento presente y me daban serenidad, hasta que he vuelto a sentirme más o menos yo o, por lo menos, más yo que hace unas semanas. me doy cuenta de que sigo luchando, de que muchas veces me cuesta aceptar plenamente o encontrar el equilibrio entre el fuera y el dentro, entre la distancia y la cercanía, pero ahí estamos, continuando intentándolo, conociéndome un poquito mejor cada día y aprendiendo cada vez más. y lo cierto es que, aunque a veces no me resulte fácil, cada vez me gusta más ser yo 🙂
Siento que vas por delante de mi abriendo camino y me ayuda mucho seguirte.
Gracias! !