soltar. entender, no solo de cabeza, que no es un fracaso. llorar su final y honrar los dieciocho meses recorridos. aceptar el cambio. aceptar la vida, en realidad, que no es otra cosa que transformación continua. lo único constante es el cambio, decía Heraclito. respirar más ligera. sentir la ilusión por el camino que empiezo.
en octubre de 2017 me di de alta como autónoma. era el mes que lanzaba Historias de Madrid y, aunque tenía miedo de que no me saliera bien, sentía con claridad que era el momento de dar un paso más en ese camino iniciado inconscientemente unos años atrás y presentarme al mundo o, por lo menos, a Hacienda, como una profesional independiente del sector de la comunicación.
ese paso fue importante para mí. desde que había dejado la ONG y me había puesto enferma por primera vez en 2013, vivía con culpabilidad no aportar a la sociedad y no aportar económicamente a mi familia, que rícard tuviera que cargar con ese peso. aunque mi parte racional entendía que las circunstancias me habían llevado a eso (la enfermedad, el cambio de sector, el cambio de ciudad), me sentía muy mal por ello.
para mi sorpresa, Historias de Madrid, además de traerme una inmensa satisfacción personal y profesional, junto al blog también contribuyó a que me llegaran propuestas de trabajo inspiradoras, que me nutrieron mucho y me ayudaron a crecer. empecé a escribir para T-Magazine, hice shootings para L’Envers, Kireei me encargó un reportaje y puse palabras, imágenes e intención comunicativa a Food & Yoga.
y entonces apareció Estocolmo. y, en un momento en el que todo era nuevo, no quise cambiar más que lo imprescindible. me sentía sobrepasada en muchos momentos, era un cambio de escenario, de rutinas, de personas, de ritmo…, todavía ahora me siento desbordada a menudo. con rícard lo hablábamos, con mi madre también: «date un tiempo, permítete conocer la ciudad, explora, disfruta de la experiencia…», pero yo sentía que no podía perder el tiempo en eso, que mi prioridad tenía que ser seguir trabajando, cubrir mi cuota de la seguridad social y aportar como lo había estado haciendo en el último año.
sentía angustia que se traducía en presión en el pecho, me sentía frustrada y enfadada conmigo por no tener esta parte resuelta y por encontrarme nuevamente sintiéndome inútil ante rícard, dependiente y vulnerable. y en lo más profundo de mí sabía que tenía que darme el permiso para estar aquí, para realmente estar, porque entiendo que mi trabajo no es como el suyo, y que no tengo la facilidad de empezar en una empresa aquí o en otra ahí. mi trabajo en muchos sentidos soy yo, yo lo construyo. lo cierto es que no quería renunciar a algo que me había costado cuatro años conseguir, pero, cuando lo pienso ahora, me doy cuenta de que acepté renunciar a ello en el momento que dije «sí» a Estocolmo.
y el viernes pasado algo finalmente hizo clic: entendí internamente que seguía aferrada a una realidad que ya no existe (mi «yo profesional de Madrid»), que estaba en lucha permanente con mi realidad actual y que, hasta que no me rinda y la acepte, no podré avanzar ni permitir que llegue lo que sea que tiene que llegar. rendirse, imagino que por las connotaciones asociadas, es un verbo que no me gusta, pero su homónimo en inglés, surrender, me parece una palabra preciosa, me traslada a una idea de aceptación, de dejar de forcejear y de fundirse con la realidad.
así que, seis meses después, me he rendido o, como me gusta pensarlo: i’ve surrended. me doy de baja como autónoma en España, trámite obligatorio porque ya no resido ahí, averiguo cómo funciona el sistema aquí y quedo abierta y expectante a lo que está por venir. y es curioso porque externamente no cambia nada, estoy dando los pasos que debo, pero internamente es diferente, he soltado la idea del fracaso y me siento ilusionada por las posibilidades que se abren ante mí; por explorar de verdad el estar aquí, por poder seguir abierta a las oportunidades que lleguen de España y, quien sabe, abierta a las que en un futuro puedan llegar de Suecia. y creo que aquí reside la belleza de todo esto: que la consciencia y la aceptación, aunque no tienen el poder de alterar la realidad, en realidad, sí la alteran. mucho.
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